Cedro

Cedro

lunes, 7 de agosto de 2017

El vestido de la reina

Existió un famoso sastre, que confeccionaba los mejores trajes y vestidos, para la realeza, y cortesanos del reino.

Un comerciante, le ofreció el tejido más bello, que nunca había visto, y el sastre lo compró, para elaborar el vestido más elegante y hermoso, que jamás hubiera llevado la reina.

Afanándose en su trabajo, se propuso crear la obra maestra de su vida, y así durante muchos días, estuvo cortando, cosiendo y componiendo el vestido, hasta que una vez terminado, fue a pedir audiencia a la reina para mostrárselo.

La reina al verlo, dijo:

¡Es el vestido más horrendo que he visto en mi vida, apártalo de mi vista!

El sastre, desilusionado, se retiró con el vestido, siendo el hazmerreír de la corte, y viendo como su fama menguaba hasta el punto, que ya nadie le encargaba trajes ni vestidos.

Un día, el sastre fue a consultar con un gran sabio lo que le estaba ocurriendo, y el erudito, le aconsejó lo siguiente:

Coge el vestido, desármalo, vuelve a coserlo, y se lo presentas a la reina.

Y así lo hizo el sastre, de nuevo ante la reina con el vestido, ésta exclamó:

¡Qué maravilla de vestido! Me lo quedo y serás recompensado por ello.

El sastre sin comprender nada, fue otra vez ante el sabio y le preguntó por qué en esta ocasión a la reina le había gustado el vestido, cuando era el mismo de la otra vez. Y el sabio repuso:

Es el mismo vestido, pero el primero lo hiciste con orgullo, y el segundo, con humildad, y así es como se hacen las grandes cosas en la vida.


Moraleja: Lo único que el hombre debería tener en exceso es la humildad (anónimo).


lunes, 26 de junio de 2017

La envidia

El Maestro, contó una fábula, que trataba sobre la manifiesta envidia de una serpiente, que perseguía a una luciérnaga para comérsela.

El pequeño insecto hizo lo imposible para no ser engullida por la serpiente, y tras un buen rato huyendo, la luciérnaga cansada y exhausta, se detuvo y le dijo a la serpiente:

¿Te puedo hacer tres preguntas?

La serpiente respondió:

―No acostumbro a dar concesiones a mis víctimas, pero como te voy a comer: ¡adelante!

―¿Pertenezco a tu cadena alimentaria?

―No.

―¿Te he hecho algún daño?

―No, nada en absoluto.

―Y entonces ¿Por qué quieres comerme?

―¡Porque no soporto verte brillar!

Esto mismo sucede en el corazón de algunas personas, ―afirmó el Maestro―. No soportan el éxito de los demás.


Moraleja: Los hombres son como los astros, que unos dan luz de sí y otros brillan con la que reciben (José Julián Martí, escritor cubano, 1853-1895).


lunes, 19 de junio de 2017

El reino de este mundo


Un viejo ermitaño, fue invitado en cierta ocasión, a visitar la corte del rey más poderoso, que existía en aquella época.

Y ante la presencia del soberano, éste comentó:

Envidio a un hombre santo como tú, que se contenta con tan poco.

―Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta con menos que yo. ―Respondió el ermitaño.

―¿Cómo puedes decirme eso, cuando todo el país me pertenece?
Dijo el rey, ofendido.

―Justamente por eso mismo, yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este reino.



Moraleja: La riqueza de una persona no se mide por las cosas que posee, sino por aquellas que no cambiaría por dinero (anónimo).

lunes, 12 de junio de 2017

Reír de lo mismo y llorar de lo mismo



Un sabio Maestro, quiso poner un ejemplo a los discípulos que lo escuchaban, acerca de las cuestiones del pasado que atormentan el alma.

Y para ello contó un chiste, que hizo reír a carcajadas a todos. Al poco rato, contó otra vez el mismo chiste, y en esta ocasión, los discípulos tan solo sonrieron un poco. Seguidamente y una vez más, volvió a contar el mismo chiste, y a nadie le hizo la menor gracia, permaneciendo todos en silencio, y barruntando que a su Maestro se le había ido la cabeza; pero al instante, el sabio dijo:

Si no podéis reíros varias veces de una misma cosa, ¿por qué lloráis por lo mismo una y otra vez?


Moraleja: Olvidemos lo que ya sucedió, pues puede lamentarse, pero no rehacerse (Tito Livio, historiador romano, 59 a. C.-17 d. C.).


lunes, 5 de junio de 2017

Encarcelados

El país entró en guerra y dos amigos fueron alistados para combatir. Se perdió la guerra y fueron apresados y recluidos en un campo de concentración.

Estuvieron dos años y cuando volvió la paz, fueron liberados y cada uno organizó su vida en dos lugares diferentes del país.

Pasaron diez años, y un día se encontraron. Y un amigo, preguntó al otro:

―¿Olvidaste ya a nuestros carceleros?

Ni un solo día he dejado de odiarlos. ―Respondió.

―En ese caso, ―dijo el amigo―, yo llevo diez años libre y tú doce encarcelado.


Moraleja: Cuando nuestro odio es demasiado profundo, nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos (François de la Rochefoucauld, escritor francés, 1613-1680).


lunes, 29 de mayo de 2017

El regalo de los insultos

Un gran Maestro de la lucha, decidió que ya era mayor, y había llegado el momento de enseñar el arte de la paz a los jóvenes.

A pesar de su edad, su fama le precedía, y se afirmaba que su serenidad desconcertaba al adversario, siendo aún capaz de derrotar a cualquiera en el combate.

Cierto día, un joven guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, y famoso por utilizar toda clase de artimañas, ya que siempre provocaba a sus adversarios en espera de que hiciera el primer movimiento fallido, y dotado de una gran astucia para captar los errores, contraatacaba a una velocidad fulminante.

El joven e impaciente guerrero, jamás había perdido una lucha; y conociendo la reputación del Maestro, fue a donde se encontraba para derrotarlo y aumentar así su fama.

Ante el Maestro, comenzó a: insultarle, escupirle, y arrojarle piedras; esquivándolo el Maestro sin grandes esfuerzos. Luego le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo lo imposible para provocar la ira del Maestro, pero éste permaneció sereno e impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto por los esfuerzos y la tensión, el impulsivo guerrero se retiró.

Decepcionados los discípulos, por el hecho de que el Maestro aceptara todos los insultos y provocaciones, le preguntaron:

―Maestro, ¿cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?

―Si alguien se acerca a ti con un regalo, y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece el regalo? ―Preguntó el Maestro.

―A quien intentó entregarlo. ―Respondió uno de los discípulos.

―Pues lo mismo ocurre con el odio, la ira, y los insultos, ―dijo el Maestro―. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los llevaba en el corazón.


Moraleja: El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe (Diógenes de Sínope, filósofo griego, 412-323 a. C.).


domingo, 14 de mayo de 2017

Chivo expiatorio

Cuenta una leyenda, datada en la Edad Media, que un hombre virtuoso, fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.

Aunque en realidad, el verdadero autor de la muerte, fue un poderoso, que pertenecía a la regia corte del país; que desde el primer momento, buscó un chivo expiatorio, que cargara con la culpa, para encubrir el asesinato.

El acusado fue llevado a juicio, con la convicción de que todo sería una farsa representación, y el terrible veredicto en su contra, no le daría jamás, la oportunidad de librarse de la horca.

El prevaricador juez, en connivencia con el poderoso, cuidó de que todo el proceso pareciera lo más justo posible, y para ello dijo al acusado:

Tu fama de hombre bueno y temeroso de Dios, te precede; así que vamos a dejar en las manos de Él, tu destino. Escribiré en dos papeles: culpable e inocente, y tu mismo escogerás uno de ellos, siendo la voluntad de Dios, la que te guíe.

El juez corrupto, escribió en los dos papeles, la palabra “culpable” y los dobló dando a escoger al hombre uno de ellos, que en ese mismo instante se percató de la trampa; y cogiendo aire, dejó pasar un leve tiempo, para luego con un ligero movimiento, coger uno de los papeles, llevárselo a la boca y tragarlo rápidamente.

Sorprendido el juez y todos los presentes, reprocharon al acusado lo que había hecho:

¿Cómo vamos a saber ahora lo que ponía el papel?

Muy sencillo, ―dijo el hombre―. Basta con leer el papel que queda, para saber qué ponía el que escogí.

Y el juez, airado y con malos humos, tuvo que dejar libre al acusado.


Moraleja: de juez prevaricador, nos libre el Señor.